Presencia invisible

Publicado el

Mañana, miércoles, tenemos como lectura en la clase de no ficción Hiroshima, de John Hersey. Probablemente nunca se ha hecho mejor literatura contando hechos desnudos, con una contención que de manera misteriosa no implica lejanía ni indiferencia, sino muy al contrario, perspicacia observadora y compasión profunda hacia el dolor. De todo el  espanto de la primera explosión de una bomba atómica que mató en pocos minutos a cien mil habitantes de una ciudad de trescientos mil, y dejó otros tantos atrozmente heridos o desfigurados, Hersey eligió a seis personas, gente cualquiera, ni siquiera muy representativa, una oficinista de 20 años, un misionero jesuita alemán, un pastor metodista, dos médicos, una costurera con tres hijos. El talento  del autor consiste, paradójicamente, en borrar cualquier huella de su presencia. Todo lo que se cuenta es cierto. No hay nada que no esté contado desde el punto de vista de cada una de esas seis personas que una mañana de agosto, poco después de las ocho, ven una luz cegadora que no trae consigo ningún sonido y sienten que está acabándose el mundo.

Hiroshima es un reportaje de poco más de 30.000 palabras que se publicó en el New Yorker en 1946. Una obra maestra no tiene por qué tardar mucho tiempo en hacerse. Hersey, que había pasado toda la guerra de corresponsal en los frentes, estuvo en la ciudad quince días, viendo de cerca la destrucción, hablando con sus testigos elegidos. Volvió a Nueva York y en un mes había terminado el trabajo.

Leerlo es vacunarse contra la tentación del histrionismo, contra esa costumbre que hay ahora en los periódicos de parlotear como poniéndose uno delante de las cosas, haciéndose el genio o el maldito o el listo o el enterado o el radical o el gracioso. Hay que tener una cortesía hacia lo que se cuenta y hacia las personas de las que se escribe, dice Claudio Magris, saber que importan más que el relato que nosotros hacemos de ellas. Leo el libro seguido, y cuando he llegado al final regreso al principio con el cuaderno abierto y el lápiz, fijándome más porque he de tomar notas para la clase de mañana.

No se puede escribir mejor.